miércoles, 26 de mayo de 2010
Una noche sin luna
El frío invadió mi alma cuando sopló aquella extraña brisa. Surgía desde un pequeña calle adyacente a la vía por la que yo andaba. Empecé a tener miedo. En verano y estaba en una de las ciudades más calurosas, no podían soplar brisas heladoras. La luz de las farolas empezó a titilar, hasta que una tras otra se apagaron. estaba sola, tan solo podía ver por la luz de las estrellas. Seguí andando cada vez más rápido, empecé a oír ruidos. Eran pasos que se acercaban. Me paré y los pasos pararon. Pensé que era el eco y seguí andando, pero una extraña inquietud me recorría. A lo lejos empecé a ver una sombra, se iba haciendo más grande por momentos hasta que pude ver que era un perro. Era un mestizo callejero, algún desgraciado lo habría abandonado. Seguí andando y pasé al lado del perro que me miró con el brillo de las estrellas en los ojos. Su mirada me cautivó y me detuve un instante a acariciarlo, porque el pobrecito estaba falto de cariño. De repente sonrió. Los perros no sonríen, pensé y se me lanzó al cuello. Tuve un acto reflejo que me salvó la vida. Puse los brazos alrededor de la cabeza y sobreviví. Casi hubiera sido mejor que no lo hubiese hecho. Ahora todas las noches sin luna me transformo en un perro de tan solo tres patas y vago por la ciudad buscando cariño a cambio de sangre.
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